La nostalgia como arma de campaña
[Publicado en el espacio USA2024 de Antoni Gutiérrez-Rubí. 26 de marzo]
En 1688, el médico suizo Johannes Hofer, durante la presentación de su tesis en la Universidad de Basilea, diagnosticó una nueva enfermedad a partir de lo que él mismo había observado en soldados mercenarios suizos que luchaban en el extranjero. Se le llamaba popularmente como el mal du Suisse, y sus síntomas eran una extrema pena y añoranza y un terrible desánimo, que se exacerbaba al escuchar historias y canciones de su tierra. Hofer llamó a esa enfermedad “nostalgia” (procedente del griego nostos —regreso a casa— y algos —dolor y sufrimiento—). Desde entonces, usamos la palabra “nostalgia” como sinónimo del sentimiento de anhelo por volver a un pasado que se considera mejor. Sea por el lugar, el contexto o por las personas con las que se compartían esos recuerdos.
En Estados Unidos, la nostalgia por el pasado es algo que sienten muchos de los votantes de Donald Trump. La nostalgia es, también, lo que usa Trump para llegar a ellos. Para entender a este segmento de votantes, en mi opinión, la nostalgia hay que entenderla de tres maneras diferentes, y cada una de ellas ayuda al candidato republicano:
1. La nostalgia como miedo al presente (y al futuro)
La aceleración de los cambios sociales, económicos y tecnológicos ha creado incertidumbre, inestabilidad y desconcierto en muchas personas. En este sentido, la nostalgia por un pasado percibido como mejor actúa como ancla emocional, ofreciendo una conexión con ese pasado más estable y predecible. Se trata de un refugio emocional y de la esperanza en volver a un lugar que ya no existe —sin tantos cambios— y que, probablemente, nunca existió. En votantes de Trump, podemos percibir esa nostalgia especialmente en el miedo a la globalización y a la inmigración, que Trump alimenta, además, con un enemigo a quien culpar: los demócratas.
2. La nostalgia como identidad de grupo
La creciente polarización política y social —y Trump, que es a quien más le interesa esa polarización— usan la pérdida de identidad generada por la globalización y los cambios culturales como elemento de comunicación, refiriéndose al pasado —y por ende a la nostalgia por ese pasado— para aglutinar comunidades y generar una percepción de conflicto entre "nosotros" (quienes vivíamos seguros y cómodos en el pasado, el nosotros auténtico) y "ellos" (quienes nos intentan arrebatar ese pasado, el ellos inmoral), con el fin de generar una división intergrupal entre el pueblo y las élites. La nostalgia fortalece la identidad social compartida y ayuda a mantener la identidad dentro del grupo, convirtiéndose en un elemento más de polarización. En este contexto, la nostalgia es utilizada políticamente para construir identidades compartidas, fortaleciendo la cohesión interna y construyendo fronteras emocionales. Cuando se tiene una comunidad nostálgica (o unida por esa nostalgia) que está decepcionada y enfadada con el establishment, es más sencillo apelar a ella a partir de comunicación política, y es más sencillo enfadarlos más, movilizarlos, transformar la decepción en ira. De eso trata el populismo. Sin nostalgia por un mejor pasado (de años o de siglos), el mensaje populista se queda siempre corto.
3. La nostalgia como reacción a la pérdida
Hoy en día, en parte de la población estadounidense (aquella más conservadora y blanca) existe una visión de la historia como de pérdida. De un pasado glorioso o cómodo se ha pasado a un presente de decadencia y pérdida. Es una visión de alejamiento constante de un pasado feliz o, al menos, de un pasado que es recordado de manera más feliz. Sobre ello, George W. Ball, un asesor muy cercano a John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, recordado por haber sido el único miembro del gabinete de ambos presidentes que dijo firmemente que no había que enviar tropas a Vietnam, acuñó la frase: «la nostalgia es una seductora mentirosa». Con esta frase, Ball advertía así sobre los riesgos de permitir que la añoranza por un pasado idealizado —y por ende, falso— dictara nuestras decisiones políticas. Así, la nostalgia por un pasado mejor se convierte en una forma de resistencia a la transformación y una llamada a la restauración de los valores percibidos como perdidos. Trump se muestra como el restaurador de esos valores y, por lo tanto, de esos tiempos que son hoy percibidos como mejores. En una sociedad polarizada que decide su voto a través de emociones, nadie entronca con la idea de un mejor pasado como el candidato republicano. Su propio eslogan lo indicaba en 2016 y ahora en 2024: Make America great again.
El dramaturgo Sam Shepard decía que solo hay nostalgia por los lugares donde te reconoces a ti mismo. Mucha gente en Estados Unidos se reconoce no por el presente, ni por el futuro, sino por un pasado idealizado, por unos valores y una identidad que sienten perdida. De la nostalgia deprimente de los soldados suizos se ha pasado a la nostalgia reaccionaria (porque el voto es una reacción) de los votantes de Trump. Trump les ofrece de nuevo una oportunidad de recuperarlo, incluso si nunca existió. Porque la nostalgia apela a la emoción, y la emoción fideliza voto. Trump lo sabe. Siempre lo ha sabido.