Joe Biden debería estar orgulloso, se supone. Durante su gestión, la economía estadounidense se ha recuperado y ha mostrado datos incuestionables, como un aumento del 3,1% del PIB, o 15 millones de nuevos empleos, o un aumento del 1,3% de los salarios. También se ha controlado la inflación y ha mejorado la atención sanitaria y educativa. Hace unos años, todas estas cifras hubieran bastado para tener una reelección sencilla. De hecho, un estudio de Lynn Vavrek (2000) examinó las elecciones presidenciales desde 1952 hasta 2008 y —en 11 de 15 casos— el candidato cuyo tema principal de campaña era la economía y que además era favorecido por las condiciones económicas, ganaba sin problema, al lograr situar este tema como prioritario en sus mensajes.
Sin embargo, todas las encuestas realizadas sobre el estado de la economía son negativas para el gobierno Biden. No importan las cifras reales. Para hacernos una idea: el 58% cree que la economía está empeorando debido a la mala gestión de la administración presidencial. El 72% cree que la inflación está aumentando. El 56% cree que Estados Unidos está experimentando una recesión. El 49% cree que el índice bursátil ha bajado este año (aunque el índice subió alrededor del 24%). El 49% cree que el desempleo está en su nivel más alto en 50 años (aunque la tasa de desempleo está por debajo del 4%, un hito histórico). ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué nadie cree que la economía vaya bien y, en cambio, creen que necesitan un nuevo presidente para mejorarla? Además, sucede en muchos otros países. Las razones de esta disonancia económica son varias, que intentaré resumir en siete puntos.
1. La depresión post Covid. Los economistas Ulrike Malmendier y Stefan Nagel (2011), en su estudio Depression Babies: Do Macroeconomic Experiences Affect Risk Taking?, demostraron que las personas que crecieron durante la Gran Depresión eran significativamente menos propensas a invertir en el mercado de valores y tenían una menor tolerancia al riesgo financiero y al endeudamiento en comparación con las generaciones posteriores. Del mismo modo, su percepción sobre la economía siempre fue pesimista, incluso cuando el empleo se recuperó y la pobreza disminuyó sobremanera. La Gran Depresión es un ejemplo claro de cómo un evento económico traumático puede tener efectos duraderos en las percepciones y comportamientos económicos. Después de la crisis de la Covid (y viniendo de la de 2008), es probable que buena parte de la ciudadanía siga viendo la crisis muy cercana y no confíe plenamente en los datos de recuperación.
2. La polarización. Por obvio interés electoral, hay una enorme campaña para dar una pátina de negatividad a todo lo que hace el gobierno de Biden. Ello logra que las personas politizadas a favor de Trump crean firmemente que la economía va mal. Pero también hace que personas próximas a estos grupos también lo puedan creer, a partir de conversaciones y datos que estos grupos tienen en su argumentario. Cuando se deshumaniza al adversario, no se confía en ninguno de sus mensajes, ni se le da ninguna credibilidad. Es aquí donde entra también el sesgo de confirmación. Por ejemplo, si una persona cree que la economía está en mal estado, es más probable que preste atención a las noticias negativas y descarte o minimice las positivas. Esto puede resultar en una percepción distorsionada de la realidad económica.
3. El impacto de los medios de comunicación. Los medios de comunicación juegan un papel crucial en la formación de opiniones públicas. La cobertura mediática estadounidense de la economía es especialmente negativa en muchos medios, especialmente los más conservadores, por supuesto, pero no solo. Además, los medios tienden a dar más cobertura a las noticias negativas que a las positivas, y cualquier mala noticia económica es mucho más difundida que una buena noticia, lo que hace que lo que se queda en la mente sea lo negativo.
4. La insuficiente comunicación de logros gubernamentales. Si a todo este contexto le sumamos el hecho de una mala comunicación de logros del gobierno, se crea otro cocktail perfecto de negatividad. La falta de comunicación de lo realizado puede ser síntoma de una mala planificación o, peor aún, de que no logra llegar a ese público indeciso y no tan politizado. Como máximo, esos contenidos consiguen llegar al voto duro, lo que no está mal, pero que nunca será suficiente. Es imperativo que maximicen esa comunicación de cifras, de datos, de testimoniales, y que mejoren sus contenidos y que sean creíbles (la mera publicidad en redes sociales no es suficiente).
5. La influencia de las redes sociales. Las redes sociales han amplificado la influencia de la opinión pública y actúan como cámaras de eco, proporcionando un flujo constante de información que refuerza las percepciones negativas. Si los contenidos además están bien hechos, de manera visual, entendible y memorable, es un problema importante para los demócratas. Además, muchas nuevas generaciones se informan ya por contenidos en redes, ya muy politizados y bien organizados desde la derecha estadounidense. Si no se les hace frente o, como mínimo, se amplía la comunicación, no conseguirán darle la vuelta a la negatividad económica.
6. El bolsillo y el cambio. Los grandes indicadores van bien, pero en muchos casos, esos cambios positivos no se sienten en los bolsillos de la gente. Sigue muy presente la percepción de desigualdad, de injusticia social, de costar llegar a final de mes, para mucha población ya cansada y desarraigada de la política. Esta ciudadanía no nota demasiados cambios, ni con Trump ni con Biden y, si el cambio no se percibe, la confianza decae sobremanera. ¿Para qué votar a Biden si no perciben mejoras en su metro cuadrado?
7. La incertidumbre. Se trata de una emoción que no deja de aumentar, en Estados Unidos y en el mundo. Ante este contexto, esa incertidumbre puede afectar las percepciones de la economía. Incluso en periodos de crecimiento económico, la incertidumbre sobre el futuro puede llevar a las personas a tener una visión más negativa. La ansiedad económica puede ser exacerbada por factores como la polarización política y las preocupaciones globales (por ejemplo, conflictos internacionales o cambios climáticos).
En conclusión, la disonancia económica tiene múltiples razones, pero, en mi opinión, tiene más que ver con las emociones y los prejuicios. Ya no importa la verdad, sino quién la dice. Ya no importan los datos, sino si están de acuerdo con nuestras opiniones. Y, por supuesto, si en un gobierno no comunicamos, para los nuestros y para el público indeciso, estamos perdidos. La negatividad ganará al optimismo.
[Publicado en el diario El Independiente. 15 de junio de 2024]